sábado, 20 de agosto de 2011

Bajo el cielo de Dachau

Dachau no es en absoluto un lugar turístico, aunque hoy en día sea uno de los spots turísticos más solicitados por todo aquel que viaja a Alemania, más precisamente a la Baviera alemana, más precisamente a Múnich. Dachau no es un lugar turístico, Dachau es una muestra (una más) de lo imbécil que puede llegar a ser un ser humano (unos cuantos muchos en esa época de la historia).
Para situarnos, Dachau es un distrito de la llamada Alta Baviera, ubicada en el sur de Alemania. Está a unos 15 kilómetros de Múnich, en dirección noreste, y tiene unos 50.000 habitantes. Ese fue el lugar elegido por Hitler para construir el 1º Campo de Concentración del tercer Reich. Triste honor el de este pueblito perdido en las praderas bávaras. Llegar a Dachau, desde Múnich, es muy fácil (Alemania debe ser el país con el transporte público más eficiente del mundo, honor que quizás le discute Suiza). Hay 2 líneas de tren que van en esa dirección (yo tomé la S2, no recuerdo cuál es la otra línea), y te dejan en el pueblo (a 50.000 habitantes, en mi barrio, no le decimos pueblo, le decimos ciudad, pero da igual…) y desde el pueblo hasta el Campo de Concentración (de aquí en adelante, Campo) propiamente dicho se puede ir en autobús (el 724), y hay quien prefiere ir caminando (son unos pocos kilómetros). Yo preferí ir en Autobús.

El autobús 724 te deja en la misma puerta del Campo. En la puerta, es un decir. La primera sensación desde que se pasa la valla que da la bienvenida (?) es que uno siempre está entrando, y camina y camina, y nunca se termina de entrar. Dachau impresiona por lo grande. Dicen que Auschwitz (donde yo no estuve) es muchísimo más grande, así que me imagino lo que será, porque Dachau es inmenso. La entrada al Campo es gratuita, sólo se paga (si uno quiere) la Audioguía, que viene en todos los idiomas (2 euros creo que costaba, no estoy seguro). Yo no soy muy amigo de las Audioguías, así que me mandé por mi cuenta.
La cuestión es que apenas pasada la valla donde te deja el autobús, se empieza a recorrer una serie de senderos dentro de unos parques muy bien cuidados, que se van adentrando entre árboles hasta unos jardines florales muy bonitos. Si uno no supiera dónde está, perfectamente podría decir que está paseando por los Campos Elíseos de París. Es el bosque de entrada al Campo. Después uno se dará cuenta que toda esa “entrada” era la parte “alemana” del Campo, porque muchos de los nazis que “trabajaban” ahí también vivían ahí (sobre todo los jefes), obviamente separados de los judíos. Se puede decir que en su momento era un pueblo en sí mismo. A los costados, todo a lo largo del sendero, están las casas que pertenecían a los nazis. Todas casas muy bonitas, típicos chalets de dos pisos y techos a dos aguas.
Muy bonito el paseo, de unos 20 minutos, hasta que uno se topa con una fosa de unos 2 metros de ancho, por unos 2 metros de profundidad, que bordea un muro de unos 3 metros de alto coronado con el típico alambre de púas circular. Para pasar el foso hay un puente con barandas de madera, y detrás, apenas pasado el foso, las dos primeras torres de guardia. Las torres de guardia son unos rectángulos de piedra bastante más altos que el muro (yo diría que el doble) que en la parte alta tiene unos ventanales que rodean la estructura. Pasadas las 2 torres y el muro, otro foso, y otro puente (este con baranda de piedra) y un edificio rectangular grande con una única torre de guardia en el medio, y un arco inferior que permite pasar por “abajo” del edificio. En ese arco, la puerta de rejas con la célebre frase usada en todos los campos de concentración del 3º Reich: “Arbeit macht frei” (el trabajo te hace libre…). Es la entrada al Campo propiamente dicho.
Una vez adentro, más edificios similares al que hace de entrada. Son los edificios donde dormían los soldados alemanes que hacían su turno allí. Estos edificios están prácticamente todos conservados en su estado original, y están cerrados al público. Caminando, y pasando los primeros edificios, hay un gran solar de piedra con algunos monumentos recordatorios, y girando hacia la derecha el edificio más grande de todos, y el único abierto al público, que en la actualidad es usado como “Museo del Holocausto”. El museo está formado, mayormente, por fotos y objetos originales de soldados y presos (cascos, chaquetas, uniformes de presos, llaves, identificaciones, y zapatos, muchos zapatos…..). Las galerías de fotos se van acompañando con murales que explican un poco la historia del lugar.
Al salir de este edificio museo, por el centro del mismo, se está frente a un campo enorme marcado por grandes rectángulos de piedra. Es el lugar donde originariamente estaban las barracas de los presos. Los grandes rectángulos de piedra marcan las siluetas de los edificios, como si solo quedaran los cimientos de unos edificios que fueron cortados con una navaja al ras del suelo. Son rectángulos de unos 20 metros de ancho por unos 100 metros de largo, o sea, enormes. En el extremo de cada uno de ellos, hay un número. Están numerados, hasta 35. Se dice que estos barracones fueron destruidos por los soldados americanos cuando entraron vencedores al campo, el día de la “Matanza de Dachau”. Ese día, los soldados americanos liberaron 32.000 prisioneros de Dachau.
Pero no todos los barracones fueron destruidos. Los dos primeros, que llevan los números 1 y 2, aún se mantienen en pie y son conservados como muestra. Apenas se entra al barracón nº 1, hay una pizarra (Blockstarken) con unos escritos en alemán. Era la pizarra donde los soldados escribían a los presos el trabajo de cada día. Y a un lado de esa pequeña sala de entrada, el ala destinada a las camas. Las camas eran filas de literas de 3 pisos, una pegada a la otra, que corrían de principio a fin de la sala. Pegado a esa sala, una sala más pequeña con algunas taquillas, y luego los baños. Bueno, una fila de 8 o 10 inodoros uno al lado del otro. Privacidad cero.
Saliendo otra vez afuera, al final de esta hilera de “esqueletos” de barracones, aún se conservan los hornos del Campo, donde los prisioneros eran quemados, algunos de ellos aún vivos. Se estima que unos 30.000 prisioneros fueron quemados en los hornos de Dachau. Este es el momento del recorrido que más impresiona. Uno no puede evitar que se le ponga la piel de gallina, es de esos momentos donde lo único que hay por hacer es respirar profundo, y seguir camino sin entender muy bien cómo se pudo llegar a eso. Un poco más atrás, hay una capilla, levantada después de cerrado el Campo en memoria de los que allí murieron.
En este momento se está en el otro extremo del lugar por el que entramos (y que es la única salida) así que me voy caminando bordeando todo el muro perimetral, comprobando que realmente escapar de ahí era imposible. Dachau tiene el triste record de ser el 1º Campo de Concentración nazi en abrirse y el último en cerrarse, o sea que fue el único Campo que permaneció abierto y “trabajando” durante todo el gobierno del tercer Reich.
A la salida, otra vez el bosquecito del principio, la valla, el 724, el S2 y al centro de Múnich. Si tengo que encontrar alguna diferencia entre el camino de ida y el de vuelta, diría ninguna. El 724 puntual, el S2 puntual, ni un minuto de pérdida. Alemania funciona. La diferencia….a la ida la sensación de intriga y curiosidad por no saber exactamente qué se va a encontrar uno cuando va a un lugar de estos. A la vuelta, si lo tengo que definir, la sensación es de tristeza…
Aquí abajo, un slide de fotos.....

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